miércoles, 5 de octubre de 2011

Desde el balcón.

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Como en otro día cualquiera se asomó al balcón y se apoyó en la barandilla. Alzó la cabeza hasta ver el sol en aquel cielo tan azul que parecía sacado de un cuadro de algún famoso pintor cuyo nombre no conseguía recordar.

Pensó en pensar.
En ver la vida por las calles de aquella pequeña gran cuidad.
Bajó la vista al suelo y se sorprendió al ver un mundo lleno de matices.
Vio pasar a un grupo de avispas. Siempre pensaba que eran unos seres que debían existir por necesidad de estar, no por la de dar, por que no parecía que sirvieran de nada y únicamente podían molestar.
Le pareció curiosa su peculiar jerarquía. Una encabezaba a las demás que parecían que seguían sin pensar.
Pasaron volando y se perdieron entre la calle.

Vio como de unos labios salían mil historias interminables y como, sin razón, una hoz pareciole cortar su lengua y escondérsela en un bolsillo para que sus palabras fueran parcas.

Vio una esquina recta y gente andando en círculos con los ojos vendados y las manos a medio atar.

Volvió la cabeza al ver como un gigante hacía al suelo, a su paso, retumbar y como terminaba convirtiéndose en la silenciosa sombra de aquella persona a su lado al pasar. Y a aquella persona, con una mueca de orgullo en su nuca y tierna felicidad en su rostro, la vio andar sobre manos ensangrentadas que parecían felices en su ignorancia de estar siendo aplastadas y continuaban poniéndose en cada paso que esa persona daba.
Vio unas pequeñas sonrisas aladas revoloteando a su alrededor que con rapidez seguían su camino.
Vio como unos pies temerosos andaban por una fina cuerda y como una cerilla prendía fuego al fondo y unas tijeras cortaban el hilo.
Junto a un árbol, un niño agazapado temblaba de miedo y una niña, también asustada, le daba su mano y le elevaba al cielo.
Escuchó unas risas y miró como encima suya, desde otro balcón, un trajeado se sentía a los otros superior.

Vio a las tres palabras colgarse de un cuello y ver como ese cuello por otras manos aprovechadas cogían las palabras y le ahogaban.

Vio un cerebro muerto y un muerto andante, también una bola de cieno con sonrisa arrogante.
Vio un poeta con una mordaza en la boca y cien hogueras que su mirada provocan.
Vio sangre de inocentes derramar y cerdos revolcándose en ella bebiéndola para engordar.
Vio tantas cosas funestas que una lágrima cayó por una sociedad siniestra.

Pensó.
¿Cómo un sol tan brillante no podía iluminar aquellas sombras?
No podía encontrar más solución que creer que sólo la sombra ignora la existencia del sol, al igual que un pez ignora el agua.
Se alejó del balcón y volvió dentro. Una sombra no puede vivir sin el sol, pero tampoco lo puede ignorar, es mucho peor, a una sombra le es indiferente el sol.
[...]

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